martes, 23 de noviembre de 2010

LA SANGRE QUE ASESINARÍA A UN PAÍS

23.11.10







El Comandante Chávez alerta la posibilidad de su asesinato. La oposición no se desliga del hecho, al contrario, lo transforma en oportunidad para el ejercicio de la política rastrera: con juegos de palabras banalizan el hecho. Se sientan en la puerta de sus partidos a esperar, como buitres, el paso del cadáver de Chávez. Veamos.

La amenaza es real. Sabemos que el imperio usa el crimen como arma política. La América, el mundo, están llenos de ejemplos de sus asesinatos políticos. No se habla de algo inaudito: Kennedy, Martín Luther King, Sandino, Gaitán, Fabricio, Lovera, Allende, Torrijos, Lumumba, Arafat, los más de seiscientos intentos de magnicidio contra Fidel, y un largo etcétera reafirma el peligro.

Pero los oligarburgueses quieren como prueba el cadáver del Comandante. Enceguecidos por sus ambiciones mezquinas, juegan con fuego.

El asesinato de Chávez no sería un magnicidio, sería el asesinato de un país, un patricidio. De tal magnitud sería el arrebato intenso de dolor de este pueblo, que siglos duraría la conmoción social.

Los oligarcas que aprueban por omisión el magnicidio, los que lo usan para la burla y el juego mezquino, los que lo apoyan y los que lo planifican, todos serán culpables de condenar al país a ese caos terrible.

¿Cómo derrotar a los que nos quieren llevar al caos? La respuesta debemos buscarla en la confrontación que hoy vivimos, he allí el origen del intento magnicida. Veamos.

El avance de la posibilidad socialista produce una fuerte reacción de los sectores capitalistas y de las corrientes pequeño burguesas.

La batalla se establece en el terreno de la ideología, variadas son las corrientes que se enfrentan al avance, unas internas al proceso, y otras externas, francamente capitalistas o vergonzosamente oportunistas.

La posibilidad del Socialismo afecta la psiquis de las bases burguesas y pequeño burguesas, los conmueve perder su superioridad social, de igualarse con los que siempre despreciaron, de dejar de ser diferentes. Es la base psicológica del fascismo, allí se arraiga el odio a quien encarna a la Revolución, lo adversan desde el fondo del alma.

De ese odio se aprovechan los políticos oligarburgueses, lo manipulan, lo estimulan. Pero sucede que el odio adquiere vida propia, exige cada vez más crueldad, impide cualquier gesto de humanismo. Y un día aparece en el instinto criminal la solución final: el magnicidio, que ven fácil, rápido, y así éste adquiere su propio movimiento, ya ellos no lo pueden detener. Los oligarcas enceguecidos reducen cualquier acción política al asesinato, ya no les importa el poder, sólo los mueve la venganza, la muerte del que quiso que los pobres dejaran la miseria espiritual y material, del que los enseñó a leer, les mostró su valor, y tuvo la osadía de querer elevarlos como humanos. En él sienten que asesinan a todos los humildes.

El magnicidio se enfrenta profundizando la Revolución, que sepan que por sobre todo seguiremos avanzando.

¡Chávez!

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