Número 12, marzo 2002
Entrevista por Reynon Muñoz
Entrevista con el Dr. Gunther Von Hagens.
Se podría decir que Gunther Von Hagens vive en un avión. Sus trabajos en el Instituto de Plastinación de Heidelberg, su actividad docente en tres universidades de Europa y Asia, su exposición itinerante y los proyectos de la Ciudad de la Plastinación y del Museo del Hombre, hacen que concertar una entrevista con él requiera semanas de antelación. Para ello nos ponemos en contacto con su gabinete de prensa que nos concede una hora de su tiempo tras hacernos firmar varias convenciones relativas a la difusión del material filmado y a la publicación de la entrevista.
Cuando llega la fecha señalada, Gunther Von Hagens se presenta con cazadora de cuero sin mangas, zapatillas de andar por casa y su famoso sombrero “à la Beuys” que ha popularizado su imagen en el mundo entero. De mediana estatura y complexión fuerte, en su rostro destacan unas profundas ojeras que acentúan los pómulos y otras aristas de la estructura ósea facial, dándole un aspecto acerado, riguroso y algo demacrado. Tras una breve presentación de cortesía en un inglés germanizado que aprendió durante su estancia en la cárcel, comenzamos con la entrevista procurando aguzar bien el oído.
Babab: La perfecta organización de la exposición y extensa promoción da una impresión muy mercantilizada. ¿De donde partió el concepto, la forma de la exposición y los materiales tan profusos que la acompañan?
Gunther Von Hagens: Sí, por supuesto que me puse en contacto con expertos en marketing pero no les hice caso en absoluto. Estos expertos me dijeron que a la primera exposición que hicimos en Alemania vendrían 40.000 personas. Al final, vinieron 780.000. También me aconsejaron que no debíamos dar entradas gratuitas. Sin embargo, yo distribuí 700.000 entradas gratuitas en colegios. Igualmente, me desaconsejaron que la exposición estuviera abierta hasta las 11 de la noche. Se volvieron a equivocar. Los medios alemanes llamaron a esta fórmula museum night, la cual se ha utilizado para otras exposiciones posteriores. El éxito de la exposición se debe en gran parte a que no les hice caso, así como a que la exposición trata un tema universal ya que todo el mundo tiene un cuerpo. Una vez establecido el concepto de la exposición y su estructura, la exposición puede viajar con un equipo de 20 personas, lo que me permite dedicarme a mi verdadero trabajo: la mejora de la técnica de la plastinación y de los especimenes producidos a partir de ella.
B: Usted ha manifestado su antiguo entusiasmo por el Partido Comunista y su fe en la RDA. Luego estuvo dos años en prisión por intentar fugarse de la RDA ¿Qué fue lo que falló?
G.V.H: De los 17 a los 20 fui miembro del Partido Comunista de la RDA. Me creía las historias que contaban sobre agentes americanos infiltrados y esas cosas. Luego pude conocer la realidad de la cárcel. Me sentí engañado por creer en algo que no era verdad. Por eso creo que es muy importante hacer que la gente vea la realidad con sus propios ojos. Actualmente trabajo en China y cada año invito a más de 30 estudiantes chinos a que visiten el Instituto de Plastinación de Heidelberg. Es mi pequeña contribución al cambio y a la apertura que ya se está produciendo en la sociedad china. Si tuviera que definir de manera sumaria cuál es la principal diferencia entre lo que fue la Europa del Este y la del Oeste, sería la ausencia de información libre en los países del Este.
B: Se comenta que su patrimonio alcanza los 50 millones de marcos. ¿Se ha hecho rico con la patente o con la exposición?
G.V.H: No sé de dónde proviene esta información. Llevo una vida relativamente cómoda. Necesito algo de comer, algo que ponerme y un lugar donde dormir. Para mí, el dinero es un instrumento que utilizo para mejorar la exposición y llevarla a otros lugares. Todo lo que mi mujer o yo podamos poseer está hipotecado en la realización de mi proyecto de la Ciudad de la plastinación y el Museo del hombre, cuyo coste estimado es de 120 millones de marcos. Todo lo que gano lo utilizo en conseguir nuevos préstamos para el desarrollo de la plastinación. Por lo demás, podría vivir de la asistencia social.
B: ¿Cómo surgió la colaboración con China y con Kirguizistán? ¿Están estos países más desprendidos de condicionamientos éticos o morales que los países occidentales?
G.V.H: No se trata de eso. La primera exposición en Alemania tuvo gran éxito de público. Recibí más de 4.000 donaciones voluntarias de cuerpos y aunque tuve algunas críticas, no se planteó mayor problema. La razón es que, cuando cayó el telón de acero, pude retomar el contacto con mis colegas de Europa del Este. Pronto me di cuenta de que mi trabajo era mucho más apreciado en estos países. En occidente se practica una “anatomía residual”, en la que la preparación de cuerpos enteros ha caído en el olvido, mientras que en Extremo Oriente está más cercana a las raíces. Tuve que abandonar mis colaboraciones en Rusia a causa de la corrupción que sufre el país. Sin embargo, quedé impresionado por la calidad del trabajo de mis colegas chinos, que no tiene equivalente ni en Europa ni en Estados Unidos. Esto se debe a su virtuosismo en el uso de las manos, realmente impresionante. En Alemania estoy a la cabeza de las técnicas de disección anatómica, pero en China soy uno más. Son tan buenos que puedo aprender de ellos. Por mi parte, puedo aportar cierto mis conocimientos relativos a la plastinación y financiación para potenciar el gran interés que la anatomía despierta en ese país. Hace dos años me ofrecí para dar una conferencia en el congreso de la sociedad anatómica alemana, en Hamburgo. Quería informar sobre la mejora de la conservación de cuerpos que supone la plastinación. Se dieron más de 350 conferencias y no fui invitado a ninguna. Sin embargo, en los congresos de anatomía que se llevan a cabo en Asia, se me invita regularmente, y no sólo en China, también en Singapur y en Taiwan. En varias ocasiones he intentado traer a mis colegas asiáticos para dar conferencias en Alemania pero les deniegan sistemáticamente el visado. En Asia existe un interés por la anatomía que no percibo en Alemania.
B: Una vez muerto el donante, ¿cómo reclaman el cuerpo? ¿Qué pasa si la familia se niega?
G.V.H: La familia se encarga del coste del transporte del cuerpo hasta Heidelberg. Si la familia se niega a enviar el cuerpo, simplemente no lo recibo. La gente que quiere donar su cuerpo lo hace a través de testamento o informando a su familia o amigos acerca de su última voluntad. Son ellos los que se encargan de enviarlo. Normalmente, el cuerpo ha de ser introducido en un cofre sellado. Igualmente, se necesitan ciertos requisitos administrativos para que el cuerpo pueda pasar por las fronteras. En cualquier caso, el procedimiento resulta más barato que un entierro tradicional.
B: A todos los visitantes de la exposición se les propone la posibilidad de donar su cuerpo a la plastinación para contribuir al progreso de la ciencia. Después de ser transformado, el espécimen adquiere un valor económico que se materializa en su venta a diversas instituciones. Se estaría produciendo a mi juicio una desproporción en las contraprestaciones. ¿No sería mejor repercutir una parte de esa plusvalía en el donante antes de que este muriera o en su defecto en sus herederos una vez muerto?
G.V.H: Plastinar un cuerpo requiere muchas horas de trabajo, así como el empleo de compuestos químicos particulares y herramientas de alta precisión. Todo ello conlleva lógicamente un coste que debe ser asumido por alguien. En nuestro caso, nunca vendemos especimenes a particulares ni a revendedores. Es verdad que obtenemos una plusvalía, pero ésta sirve exclusivamente para mejorar la técnica de la plastinación y continuar con los proyectos pendientes. En nuestras sociedades, la compra-venta de cadáveres se percibe como inmoral o chocante. Por ello, se prohíbe con el argumento de que el difunto no ha expresado su conformidad para la realización de este comercio. Existía un vacío legal entre la necesidad de cuerpos plastinados para el estudio en las facultades de medicina de todo el mundo y la voluntad de muchas personas de donar su cuerpo a la ciencia. Ni en Alemania ni en otros países occidentales, la ley prohíbe la compra-venta de preparaciones humanas. Por eso fundé el Instituto de Plastinación de Heidelberg, que tiene como objetivo la enseñanza de la medicina, la formación permanente de profesionales y la educación general de la población. El Instituto confecciona sus preparaciones únicamente para estos fines y los envía directamente a instituciones de enseñanza e investigación.
B: ¿Cómo concibe la disposición extremadamente sofisticada de algunas piezas? En las muy atomizadas, la impresión general supera al detalle anatómico. ¿No se estaría perdiendo el primer objetivo didáctico?
G.V.H: En los procedimientos tradicionales de disección, se suele ir “capa a capa”, es decir, se retiran estructuras superficiales para observar las interiores. Sin embargo, yo quiero que todo el proceso de disección sea visible. Por ello utilizo la técnica de “expansión” corporal en la que los cuerpos aparecen separados en todas las direcciones del espacio mediante la instalación de ejes que sirven de soporte. Esta preparación crea un espacio intermedio en el que el observador puede ensamblar mentalmente las distintas partes de la anatomía y reagruparlas al volumen corporal normal. Se trata de devolver a la anatomía el sentido holístico que tenía en el pasado. También es un aspecto en el que el anatomista puede desarrollar su creatividad con el doble objetivo de atraer la curiosidad del observador y permitir una mejor comprensión de las complejas estructuras del cuerpo humano.
B: Usted se declara continuador de una tradición de artistas anatómicos tales como Juan Valverde, Vesalio, o Albinus. Sin embargo, el concepto de la exposición, la presentación de los preparados e incluso su propia imagen, que ha sido comparada en ocasiones a la de Joseph Beuys indican un interés por su parte de trascender el ámbito de la pura ciencia médica. ¿Dónde está la frontera entre lo que es arte y lo que no lo es?
G.V.H: Aquí hay que tener cuidado porque es una pregunta que se me plantea con frecuencia. Yo no me veo como un artista, sin embargo sí me considero un continuador de la tradición de los artistas anatómicos que menciona. Tampoco me considero un segundo Leonardo o un segundo Vesalio, que publicó su trabajo fundamental, De fabrica humani corporis a la edad de 27 años. Yo sólo tuve la suerte de encontrarme en el momento adecuado, con la edad adecuada y con los conocimientos anatómicos y químicos adecuados para mejorar las técnicas de conservación de cuerpos y los conocimientos anatómicos que de ellas se desprenden. Yo he recibido algunas críticas por mi trabajo, pero esa gente estaba arriesgando su vida cuando defendían sus teorías. No puedo compararme con ellos. En la época, el arte era considerado como una especie de artesanía. Lo que yo hago es una presentación estética del interior del cuerpo con un potencial educativo incuestionable. Yo presento un corazón como un corazón, nunca transformaría un pene en un revolver, o un cráneo como un tiesto de flores. Existe sin duda un aspecto estético en mis preparados que hace que la atención del observador se fije en ellos. Esa es mi única pretensión. Mi sombrero no tiene nada que ver con un supuesto aire de artista, sino de la comprensión que tengo de mí mismo como inventor. El sombrero simboliza la interiorización de mi individualidad en la convicción de que una apariencia exterior inhabitual favorece mi pensamiento. Un aspecto exterior en contra de la norma social ejerce un efecto favorable sobre mi creatividad. La sociedad alaba a sus conformistas vivos y venera a sus rebeldes difuntos. El hombre se sitúa en una tensión entre la individualidad y el consenso del grupo. Si se conforma al grupo, es amado. Si sigue su propio camino, pierde la aprobación del grupo y se convierte en un original. Los grupos no inventan nada. Su existencia depende de un pensamiento conformista. Esa es la razón de que las invenciones sean más bien raras en un régimen socialista.
B: Usted habla de hacernos conscientes de nuestro “rostro interior”, pero ese rostro interior queda todavía sin revelar al visitante, ya que la contemplación del propio cuerpo plastinado supondría la muerte previa del observador. Salvo ecografías, radiologías o endoscopias, nuestro rostro interior es aún “terra incógnita”. ¿Podría usted, con sus conocimientos anatómicos revelarme cual es mi rostro interior sin matarme? ¿Me está usted viendo en este momento como un amasijo de músculos, vísceras y hueso, por deformación profesional?
G.V.H: Efectivamente, es inevitable una cierta deformación profesional. Cuando veo a alguien, no puedo impedir analizar su estructura ósea, su musculación, la prominencia de sus arterias. Se podría decir que el mundo que yo veo, es un poco como el mundo que se muestra al visitante en la exposición. Lo ideal sería que cada persona fuera consciente de su propio yo, que poseyera una suerte de espejo que le permitiera saber cómo es por dentro, cómo interactúan sus órganos. Por desgracia, actualmente, esto sólo es posible mediante la utilización de aparatos de gran precisión bajo prescripción médica. Sin embargo, Los mundos del cuerpo puede ser un primer paso para que la gente comience a interesarse por ese otro yo, tan desconocido, pero tan real como el que contemplamos todos los días en nosotros y en los demás.
B: Declara usted pensar continuamente en la plastinación, incluso antes de levantarse, cuando tiene en mente la agenda de la jornada, al volante, haciendo las compras… Parece usted un obsesivo ¿Cómo lo lleva su mujer?
G.V.H: Pregúntele a mi mujer. He decidido dedicar mi vida a la plastinación, para mejorar su técnica y para popularizar el conocimiento del cuerpo. Hay tanto por hacer que otras cuestiones me resultan irrelevantes. Para mí, no hacer nada es una pérdida de tiempo y yo pretendo vivir lo máximo posible para mejorar la plastinación y seguir aprendiendo. Para ello, duermo poco y como poco, pues experimentos científicos con monos han demostrado que los individuos más longevos eran los que menos comían.
B: Me imagino que aparte de toda esa dedicación y concentración tendrá usted también algo de tiempo para disfrutar de la vida.
G.V.H: Para mí, una vida plenamente satisfactoria es una vida eficiente.
B: ¿Qué hacen con los cuerpos que no utilizan?
G.V.H: Algunos los curamos en sal y nos los comemos en los cócteles del Instituto de Plastinación. El resto se lo damos a los perros vagabundos de la ciudad, que pasan mucha hambre.
Reynon Muñoz
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